Enseñando Bajo Fuego!
Por Lidia Hunter
Nací en Nicaragua, uno de los tres países más pobres del continente americano; un país donde el analfabetismo ha cerrado las puertas a un futuro mejor. En los 80's, después de 50 años de dictadura , la guerrilla tomó el poder y organizó una cruzada nacional contra el analfabetismo. Entre 60.000 jóvenes ávidos por ser parte de los cambios sociales, me uní al "Ejército de alfabetizadores".
Fueron seis meses compartiendo la pobreza de esas personas. La mayoría de las veces comíamos sólo frijoles rojos, tortilla de maíz y café sin azúcar. Muchos de nosotros enseñamos en lugares donde no había carros, teléfonos, televisión, periódicos ni baños. Sólo había agricultores pobres y sus "maestros", tratando de aprender unos de otros.
Al mismo tiempo comenzó la guerra civil y tuvimos que enseñar en un ambiente muy inseguro; algunos jóvenes sacrificaron sus preciosas vidas en ambos lados del conflicto.
Lo más difícil para mí fue conquistar la confianza de los campesinos y demostrarles que no era una enemiga procedente de la capital. Una mañana iba caminando hacia el río con mi ropa y mi jabón para bañarme, cuando vi una pequeña serpiente en mi camino. El pánico me detuvo, esperé que el animal se fuera, pero de repente escuché risas de niños detrás de los árboles. La serpiente estaba muerta...
Poco a poco nos hicimos amigos. Las mujeres me enseñaron a hacer tortillas de maíz y después del trabajo y las clases, muchas veces disfruté las historias de esos hombres y mujeres bajo la luz de la luna; a veces uno de ellos tocaba la guitarra para animar la plática. ¡Qué tiempos más felices!
Durante las clases lo más sorprendente para mis estudiantes fue descubrir que si unían letras, podían formar una palabra como tortilla, y que si unían palabras, podían formar una oración y así sucesivamente...
Tenía diez estudiantes: Hombres y mujeres, de 7 a 50 años de edad. En las mañanas ellos cultivaban maíz y frijoles o cortaban la hierba. Por las tardes teníamos clases hasta que la luz solar lo permitía. Yo escribía letras grandes en la pizarra porque algunos de ellos tenían mala visión.
Nueve de ellos aprendieron los conceptos básicos de la gramática pero Alvarito, de 14 años de edad, nieto de un productor adinerado, me dijo un día: "Yo no necesito aprender porque mi abuelo no lo necesitó para ganar dinero y comprar esta finca. Le pregunté cuál era tu sueño y respondió: "Tener dientes de oro como mi abuelo".
Después de seis meses, el "Ejército de alfabetizadores" regresó a casa. Perdimos contacto, porque la guerra civil empeoró y después me convertí en periodista profesional.
Hoy me siento muy orgullosa porque enseñé a esa gente los fundamentos básicos de la escritura y la lectura, aunque algunas personas, entre ellos ciertos amigos, dicen que esa cruzada de alfabetización fue pura propaganda política. No lo fue para mí, yo aprendí mucho. Es un hecho que en seis meses el analfabetismo en Nicaragua se redujo del 54% al 13%, y que en 1981 la UNESCO incluyó esta cruzada en sus Memorias como un acontecimiento histórico.
También me siento muy orgullosa de haber integrado la Brigada de Rescate Histórico Germán Pomares, desde donde un grupo selecto de estudiantes recopilamos, con grabadora en mano, parte de la historia de la lucha revolucionaria en Nicaragua. Quizás allí nació mi pasión por el periodismo.
También me siento muy orgullosa de haber integrado la Brigada de Rescate Histórico Germán Pomares, desde donde un grupo selecto de estudiantes recopilamos, con grabadora en mano, parte de la historia de la lucha revolucionaria en Nicaragua. Quizás allí nació mi pasión por el periodismo.
Muchas cosas han cambiado en Nicaragua. Ya no hay guerra civil, pero hay mucha pobreza y también muchos nuevos analfabetas, aunque existe un programa sistemático de alfabetización en todo el país.
Ahora vivo en Nueva York y algunas veces me siento tan analfabeta como Alvarito. Estoy viviendo un nuevo proceso de aprendizaje. No se trata solamente de aprender un nuevo idioma, sino de aprender una nueva cultura de vida. Afortundamente, he encontrado gente que me está ayudando a encontrar mi camino. No es fácil, talvés por eso a veces pienso en Alvarito y, aunque a mí también me encanta el oro, no me gusta en mis dientes.
Museo Nacional de la Alfabetización
Museo Nacional de la Alfabetización
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